Pirineos 176
Enero-Diciembre, 2021, im007
ISSN: 0373-2568, eISSN: 1988-4281

CARLOS MARTÍ (1943-2020), UN MARINO EN LA MONTAÑA

José M. García-Ruiz

IPE-CSIC

Copyright: © 2021 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).

Carlos Martí me insistió con notoria frecuencia en que yo debía ser quien escribiera su necrológica. Me lo decía en nuestras largas y libres conversaciones durante el trabajo de campo, medio en broma y medio en serio. Y yo le respondía que sí, que en caso de sobrevivirle yo me encargaría de valorar su obra científica y diversos aspectos de su vida. Él estaba convencido de que, tras nuestra larga experiencia como compañeros de trabajo y de amistad, nadie podría reflejar mejor que yo su actividad profesional y sus afanes personales, sabiendo además que yo lo haría con la proximidad que da la confianza, las confidencias y las horas compartidas en campo y despacho. El momento ha llegado antes de lo que pensábamos. Siempre le vi como una persona fuerte hasta que cumplió los 66 años y desde entonces inició una decadencia física que se acentuó con una enfermedad degenerativa, hasta que, con menos defensas de las habituales, Carlos tuvo que enfrentarse a la COVID 19 y ya no pudo superar la consiguiente neumonía. La noticia de su fallecimiento fue desoladora entre los que le conocíamos en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE), y también entre los numerosos geólogos y geógrafos con los que había compartido conversaciones y salidas al campo. Era, a pesar de llevar algunos años jubilado, una persona todavía muy conocida entre geomorfólogos y cuaternaristas.

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Con parte del Departamento de Procesos GeoAmbientales y Cambio Global, además de José Luis Peña (Universidad de Zaragoza), a la izquierda, y Ed Rhodes y Tim Burrows a la derecha, durante un muestreo de bloques morrénicos para la datación por cosmogénicos en el valle de Escarra (Alto Valle del Gállego).

With part of the Department of Geo-Environmental Processes and Global Change, besides José Luis Peña (University of Zaragoza), on the left, and Ed Rhodes and Tim Burrows, on the right, during a sampling campaign of morainic boulders for cosmogenic exposure dating in the Escarra Valley (Upper Gállego Valley).

Carlos Enrique Martí Bono nació en Barcelona el 29 de mayo de 1943. Aunque casi nunca hablamos de nuestras vidas adolescentes y juveniles, por algunos comentarios deduje que había tenido muchas vivencias en la naturaleza, frecuentando excusiones organizadas por diferentes asociaciones barcelonesas. De ahí surgió su interés por cursar estudios universitarios relacionados con las Ciencias Naturales, en la especialidad de Geología. En la Facultad de Ciencias conoció como profesor a Enrique Balcells, quien muy pronto tendría una influencia decisiva en su vida profesional. Después de hacer las obligatorias milicias en Mallorca (en las que por las anécdotas que contaba no se le pudo reconocer un irreprochable ardor guerrero), se incorporó en 1966 al Centro Pirenaico de Biología Experimental (CPBE), una institución recientemente creada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Jaca (Huesca). Como Director fue nombrado precisamente Enrique Balcells, quien creó un organigrama complejo y muy ambicioso para abordar el estudio ecológico integral de una zona de montaña como el Pirineo. Enrique Balcells fue quien reclutó a Carlos Martí para encargarse del estudio del Cuaternario pirenaico como soporte explicativo de la organización espacial de la diversidad edáfica y de la historia de procesos paleoambientales que sirvieran para interpretar los flujos de agua, fertilidad y energía que se establecen en la naturaleza. El encargo fue acogido por Carlos Martí con cierto escepticismo, puesto que quería elegir su propia línea de trabajo. Pronto se olvidó de los suelos y se centró en el estudio de las formas de relieve y su evolución, incluyendo especialmente la evolución de los glaciares y su relación con las terrazas fluviales y otros fenómenos geomorfológicos a distintas escalas temporales y espaciales. Los resultados que obtuvo fueron muy brillantes a corto plazo, demostrando una capacidad de análisis y de observación en el campo muy por encima de lo común. Me refiero a su primera publicación, una breve pero contundente nota sobre la evolución de la Depresión Interior Altoaragonesa en el tramo entre Jaca y Sabiñánigo, conocido como Val Ancha. Esta depresión, abierta en las margas eocenas surpirenaicas, se consideraba hasta entonces un antiguo trazado del río Gállego hasta desembocar en algún momento del Cuaternario Antiguo o Medio en el río Aragón a la altura de Jaca. De otra forma no se podía explicar la existencia de un amplio valle por el que actualmente no circula ningún río importante. La Val Ancha sería, por lo tanto, un valle abandonado o muerto desde el momento en que un torrente, que retrocedería su cabecera desde la Depresión del Ebro, capturaría al río Gállego y lo dirigiría definitivamente hacia el sur por su actual trazado. Esta hipótesis había sido propuesta por Luis Solé Sabarís en su estudio sobre La Canal de Berdún, publicado en la revista Estudios Geográficos en 1942 y fue también recogido en la Tesis de Licenciatura de María Jesús Ibáñez, quien más tarde se convertiría en una de las grandes geomorfólogas españolas. Carlos Martí desmontó esta plausible hipótesis, indicando que no podía sostenerse con la información disponible hasta entonces y también en la actualidad: No existían restos de terrazas fluviales en toda la Val Ancha y no se encontró ningún canto de granito que pudiera atribuirse a un transporte fluvial desde la cabecera del río Gállego, donde la presencia de un macizo granítico incorpora abundantes restos de ese material a las terrazas del Gállego. Además, y esto es importante, la llamada terraza de Cartirana, que Solé Sabarís atribuyó al río Gállego, era en realidad del río Aurín (uno de sus afluentes por la margen derecha), dada la naturaleza de su composición litológica fundamentalmente caliza y en ningún caso granítica. Todo un descubrimiento aparentemente sencillo que necesitó de perspicacia y, sobre todo, de la duda por parte de un científico que, como debe ser, no se creía fácilmente lo que sus mayores habían dado por sentado. Los resultados de ese trabajo se publicaron en la revista Acta Geológica Hispánica, con el título Nota sobre la geomorfología del Alto Aragón y la firmó precisamente con Luis Solé Sabarís, demostrando generosidad e inteligencia, algo que siempre caracterizó su trabajo.

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Con el grupo de Paleo del IPE, el día de su jubilación. Acompañan a Carlos, de izquierda a derecha, Miguel Sevilla, Ana Moreno, Graciela Gil Romera, Penélope González Sampériz y Blas Valero Garcés.

Carlos Martí with the Paleo-Group of the Pyrenean Institute of Ecology (IPE) the day of its official retirement. From left to right, Miguel Sevilla, Ana Moreno, Graciela Gil Romera, Penélope González Sampériz and Blas Valero Garcés.

A finales de los años sesenta se produjo un cambio de gran trascendencia para el futuro de Carlos Martí. El Instituto de Estudios Pirenaicos, que se había fundado en 1943 y que tenía su sede en Zaragoza, fue trasladado en 1968 a Jaca, donde compartió Dirección y edificio con el CPBE. Hasta entonces, el Instituto de Estudios Pirenaicos había carecido de personal propio, ya que desde el Departamento de Geografía de la Universidad de Zaragoza se dedicaba a coordinar la investigación científica que llevaban a cabo otras universidades (incluso extranjeras) y centros de investigación del CSIC. Enrique Balcells, Director de los dos centros ubicados en Jaca, diseñó una nueva estrategia, de manera que el CPBE se centraría en aspectos más puramente biológicos y ecológicos de la investigación pirenaica, mientras que el Instituto de Estudios Pirenaicos acogería los trabajos sobre Geología, Geografía e Historia, a la vez que seguiría encargándose de organizar los congresos internacionales de estudios pirenaicos y la edición de la revista Pirineos. Como consecuencia de ello, Carlos Martí pasó a formar parte del Instituto de Estudios Pirenaicos, en el que desempeñó el cargo de Secretario. Esa especialización de funciones entre los dos centros permitió que en 1972 se convocara una plaza de Colaborador Científico (nombre que entonces recibían los que más tarde se llamarían Científicos Titulares del CSIC) sobre Cuaternario Pirenaico para el Instituto de Estudios Pirenaicos, y que fue ocupada por Carlos Martí Bono. Curiosamente, no volvieron a salir más plazas de plantilla en ese Instituto, que siempre llevó una vida lánguida hasta su fusión en 1984 con el CPBE. Desde entonces el nombre del nuevo centro de investigación fue el de Instituto Pirenaico de Ecología (IPE), en el que Carlos Martí continuó hasta el final de su vida profesional.

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En la cumbre de Peña Guara, el 27 de junio de 2003, con Noemí Lana-Renault, Santiago Beguería y José M. García Ruiz.

At the Summit of Peña Guara, on June, 27, 2003, with Noemí Lana-Renault, Santiago Beguería and José M. García Ruiz.

La actividad científica de Carlos Martí se organiza en dos periodos bien diferenciados: (i) el primero hasta 1980 y (ii) el segundo entre 1987 y 2013. Entre medio, la enfermedad y fallecimiento de su esposa fueron decisivos para explicar un descenso en su producción científica, a lo que se sumó un notable agotamiento de sus iniciativas debido a que su trabajo tenía lugar lejos de las corrientes importantes del Cuaternario ibérico, y no contar con el necesario apoyo de campo y epistemológico para renovar ideas e iniciativas.

El primer periodo es bien sencillo: se centró en el estudio del glaciarismo pirenaico, donde produjo algunos trabajos que fueron un referente hasta no hace mucho tiempo. Lo mejor de su contribución glaciarista se desarrolló en los valles del Aragón y del Gállego. El valle del río Aragón había sido hasta entonces objeto de varios estudios de gran nivel, particularmente los de Nussbaum, Llopis Lladó y Barrère, en los que se discutía la posibilidad de que en la cubeta terminal del glaciar estuvieran representadas una o más glaciaciones. Aunque no contaba entonces con dataciones absolutas, sí pudo establecer relaciones entre terrazas y morrenas, y además distinguió la presencia de una terraza fluvioglaciar independiente de las morrenas presentes en la cubeta, lo que permitía asegurar dos y quizás tres glaciaciones diferentes. Esta problemática sabía presentarla en el campo como nadie, pues se conocía los mejores cortes en las proximidades de Castiello de Jaca. En el caso del valle del Gállego, la cubeta terminal del glaciar entre Biescas y Sabiñánigo fue objeto de un detallado análisis de campo, pudiendo así reconocer los límites del glaciar, la ocurrencia de tres fases de avance representadas en tres cordones morrénicos laterales y tres acumulaciones frontales, la presencia de un gran lago de origen glaciar entre Biescas y Senegüé, y la ubicación de restos glaciares muy antiguos en el valle de La Sía, hacia Cotefablo, que también fueron objeto de estudio por parte de Enrique Serrano. Luego siguieron otros estudios en el Valle de Hecho y en el valle del río Ara, donde participó en un análisis detallado del gran depósito glaciolacustre de Linás de Broto. Sus conocimientos y especialmente sus dudas quedaron reflejados en la síntesis que publicó en la revista Estudios Geográficos en 1978 dentro de un volumen monográfico dedicado a los Pirineos, con el título Aspectos de la problemática geomorfológica del Alto Aragón Occidental. En ese artículo actualiza sus conocimientos sobre el Cuaternario del Pirineo aragonés y, sobre todo, sus dudas, algo que ha sido una constante en su actividad profesional. En esta primera etapa, su mayor limitación estuvo en la ausencia de dataciones de morrenas y terrazas por la falta de recursos financieros, algo que era general a todos los grupos de geomorfólogos españoles, y por las dificultades técnicas para tomar las muestras adecuadas, cuya tecnología estaba entonces solo en manos de científicos y laboratorios extranjeros. Pero a pesar de ello, Carlos Martí sentó las bases de lo que más tarde sería un desarrollo más profundo de los estudios sobre el glaciarismo pirenaico, la explicación de las formas de relieve, las relaciones entre morrenas y terrazas fluviales y el establecimiento de una morfoestratigrafía que, en su mayor parte, aún es válida, cierto que con la contribución independiente de Enrique Serrano en el valle del Gállego.

La segunda etapa, desde 1987, es mas compleja y productiva, en gran parte porque se integra en un grupo que va creciendo progresivamente y en el que Carlos Martí encontró un ambiente propicio para ampliar sus horizontes, aumentar sus relaciones profesionales y ayudar a jóvenes investigadores. Desde ese momento nos convertimos en compañeros inseparables de trabajo, reforzando así la amistad que habíamos iniciado en 1971. Yo, que venía de otros campos de la Geomorfología y la Geografía, me fui adentrando en los estudios sobre glaciarismo gracias a las muchas horas que sistemáticamente invertimos en salidas al campo. Era un hombre extremadamente generoso y me mostró todos los depósitos morrénicos, periglaciares y fluviales que conocía; nada se reservaba para sí porque era confiado, porque creía que los conocimientos científicos nos pertenecían a todos y especialmente a sus amigos. Por eso se abría espontáneamente a contar todo lo que sabía sobre los glaciares pirenaicos a quienes venían desde otras universidades españolas o extranjeras a visitar el Pirineo aragonés. Sus explicaciones, siempre bien organizadas, llamativamente claras, se acompañaban de numerosas anécdotas, muchas sobre sí mismo, que hacían las delicias de quienes participaban en las excursiones. Para mí fue un maestro que me fue descubriendo cada corte de terraza, glacis o morrena, o los mejores puntos para disponer de la mejor perspectiva, porque, sobre todo en sus inicios, había paseado, a pie o a caballo, por todos los rincones posibles, sabía donde estaban todos los restos morrénicos de la zona terminal del Aragón o del Gállego y se había planteado todas las dudas posibles.

En 1990, el CSIC creó una nueva sede del IPE en Zaragoza y ambos nos incorporamos a ella, donde pudimos desarrollar un fecundo trabajo en equipo con Teodoro Lasanta y la llegada de personal joven pre y postdoctoral que representó un nuevo acicate, la forma de ampliar las perspectivas de estudio de la montaña. Desde entonces el trabajo de Carlos Martí se reforzó en dos líneas preferentes de investigación:

  • (i) A mediados de los años ochenta yo había comenzado la cartografía geomorfológica del Alto Aragón Occidental mediante el estudio detallado de fotografías aéreas y había animado a Carlos a ver sobre el terreno lo que yo creía que eran nuevos depósitos morrénicos. Con sus conocimientos y experiencia y con mis ganas de aprender recorrimos los valles de Ansó, Hecho, Aragüés, Aísa, Aragón, Gállego, Ara, Cinca y Ésera, hasta determinar dónde acababan los diferentes glaciares de valle, cuáles eran las distintas etapas de la deglaciación, las relaciones entre depósitos glaciares y depósitos fluviales, o la localización y características de los depósitos glaciolacustres, localizados en la confluencia entre los valles glaciares y sus barrancos afluentes, sobre todo en los valles de Hecho, Aísa, Aragón y Ara. Es decir, Carlos Martí continuó profundizando en la caracterización del glaciarismo pirenaico, planteándose nuevos problemas y aumentando la frecuencia de sus salidas al campo. A mediados de los años noventa sabía casi todo lo que tenía que saberse sobre los antiguos glaciares del Alto Aragón Occidental con las técnicas de que se disponía entonces. Por eso, su Tesis Doctoral, largamente esperada, aunque a él le costase decidirse, fue cosa hecha en pocos meses. La defendió en la Universidad de Barcelona en 1996, presentando un compendio de todo lo que sabía del Cuaternario pirenaico y, sobre todo, de la importancia de los glaciares en la modelación del relieve pirenaico. Para entonces, ya en 1994, habíamos presentado uno de nuestros libros conjuntos, El glaciarismo surpirenaico: nuevas aportaciones, que supuso una revisión general de los avances científicos en el Pirineo desde los centros del CSIC y distintas universidades españolas. De esa época son también otros trabajos sobre complejos morrénicos laterales, sobre depósitos glaciolacustres y sobre morfometría de circos glaciares, este último con Amelia Gómez Villar y Luis Ortigosa. Eran tiempos de alta productividad, que se vieron acelerados por la llegada al IPE de Blas Valero Garcés, Penélope González Sampériz y Ana Moreno, a los que progresivamente se añadirían becarios, contratados y postdocs que hicieron del grupo de paleoambientes del IPE uno de los más dinámicos y fructíferos del mundo. Del año 2001 es la publicación del Mapa geomorfológico del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, aunque el trabajo de campo y su elaboración eran de mediados de la década de 1990. El libro, editado por el Organismo Autónomo de Parques Nacionales, fue un buen ejemplo de coordinación entre trabajo de campo y cartografía en despacho y fruto de paseos inacabables por el macizo de Monte Perdido, el circo de Marboré, una larguísima y extenuante jornada de trabajo en el Valle de Añisclo, el Barranco Pardina, el Valle de Escuaín y la Sierra de las Cutas, con acampadas en Marboré y pernoctaciones en el Refugio de Góriz. Fue una de mis mejores experiencias personales y creo que también lo fue para Carlos, hasta que unos pocos años después tuvimos el libro en las manos y nos sentimos orgullosos del resultado final.

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En el Collado de la Magdalena, al final de la pista de Las Blancas, durante las Jornadas de Geografía Física celebradas en el Pirineo y organizadas por el IPE a finales de junio de 2011, acompañado de Noemí Lana-Renault, Pedro Sánchez Navarrete, Estela Nadal Romero y José M. García Ruiz. Al fondo, a la izquierda, el Pico de Aspe y la Garganta de Aísa.

In the Magdalena mountain pass, at the end of the Las Blancas forest track, during the Meeting of Physical Geography organized in the Pyrenees by the IPE at the end of June, 2011. Carlos is accompanied by Noemí Lana-Renault, Pedro Sánchez Navarrete, Estela Nadal Romero and José M. García Ruiz. In the background, on the left of the picture, the Aspe Peak and the Aísa Canyon.

Una nueva etapa se inició a comienzos del siglo XXI con el empleo de nuevas técnicas de datación. Ya en 1988 Juan Montserrat había presentado una Tesis Doctoral sobre La evolución glaciar y postglaciar del clima y la vegetación en la vertiente sur del Pirineo, en la que mediante la aplicación de radiocronología en varios depósitos glaciolacustres sugirió que la máxima extensión de los glaciares en el Pirineo se alcanzó unos cuantos milenios antes del Máximo Glaciar Global. Ese fue un paso muy importante, que fue completándose con estudios palinológicos como el de la turbera de Portalet, liderado por Penélope González Sampériz y sugerido por Carlos, quien conocía la existencia de esa turbera localizada a unos 1700 m s.n.m. y con posibilidades de aportar información sobre la deglaciación. Más tarde, en 2013, la contribución de Carlos Martí fue decisiva en la datación de morrenas y terrazas en la cubeta final (Villanúa-Castiello de Jaca) del glaciar del Aragón (Glacial and fluvial deposits in the Aragón Valley, Central-Western Pyrenees: Chronology of the Pyrenean late Pleistocene glaciers), donde se confirmaron y ampliaron sus hipótesis iniciales. También tuvo una participación destacada en el trabajo de campo en el gran depósito glaciolacustre de Linás de Broto, liderado por Carlos Sancho y publicado en 2018 (Glaciolacustrine deposits formed in an ice-dammed tributary valley in the south-central Pyrenees: New evidence for late Pleistocene climate), aunque Carlos Martí ya no pudo participar en la revisión del texto final porque su enfermedad ya estaba demasiado avanzada.

  • (ii) Carlos tuvo también un papel decisivo en la consolidación de una línea de trabajo en el IPE sobre erosión e hidrología ambiental, mediante la cual se pretendía estudiar la influencia de las actividades humanas y los cambios de uso del suelo sobre la generación de escorrentía, la evolución y gestión de los recursos hídricos y la producción de sedimento. Carlos Martí fue persona esencial para la instrumentación de varias cuencas experimentales en las proximidades de Jaca, cada una de ellas con distintas cubiertas vegetales (Arnás, San Salvador y Aragüás). En ellas se medían en continuo no solo los datos meteorológicos, sino también el caudal, la turbidez del agua, las fluctuaciones de la capa freática y el transporte de sedimento grueso. Allí llevó a cabo un gran trabajo de campo que fue un gran apoyo para las tesis doctorales que se desarrollaron en las cuencas, y en particular la Tesis Doctoral de Estela Nadal Romero, que codirigió junto a David Regüés. En esta línea, Carlos cuenta con numerosas publicaciones en colaboración con los restantes integrantes de nuestro grupo, así como con frecuentes participaciones en congresos nacionales e internacionales, como los organizados por la European Geophysical Union en varias ciudades europeas, o los congresos del Grupo de Estudio de la Unión Geográfica Internacional sobre Sostenibilidad Hidrológica, uno de los cuales tuvo lugar en Zaragoza en 2001. En esta línea de trabajo también pasamos muchas horas juntos, sacando grandes volúmenes de piedras de la trampa de sedimento de la cuenca de Arnás, en unos días de enero tremendamente fríos, metidos en el agua hasta la cintura, con Carlos trabajando hasta el agotamiento, dando lo mejor de sí mismo, sin la menor queja. Allí y en muchos otros lugares es donde encontré la versión más sacrificada y solidaria de Carlos.

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Con José M. García Ruiz y Juan Puigdefábregas, durante las Jornadas de Geografía Física organizadas por el IPE en junio de 2011.

With José M. García Ruiz and Juan Puigdefábregas, during the Meeting of Physical Geography organized by the IPE in June, 2011.

Finalmente, Carlos Martí tuvo un lugar destacado en el desarrollo de trabajos esenciales sobre eventos geomorfológicos e hidrológicos extremos. Ya en 1982 había estudiado con Juan Puigdefábregas las consecuencias de unas lluvias excepcionales en el Pirineo aragonés, una contribución que, aun siendo ya antigua, es perfectamente actual por la modernidad con que se analizaron los caudales máximos y los efectos erosivos, incluyendo la aparición de grietas y flujos de derrubios en el gran deslizamiento sobre el que se asienta el núcleo de Gistaín. Después tuvimos ocasión de trabajar juntos en el análisis de grandes flujos de derrubios del Pirineo occidental altoaragonés, especialmente en San Adrián de Sasave, donde pudimos datar junto a Blas Valero los eventos que acabaron sepultando casi completamente la iglesia. Igualmente debo destacar nuestro estudio sobre la avenida del barranco de Arás (también conocida como la catástrofe del camping de Biescas), donde no sólo estimamos los caudales punta en distintas secciones de la red de barrancos de la cuenca, sino también, indirectamente, el total de precipitación, su intensidad máxima y el transporte total de sedimentos hacia el cono de deyección donde se localizaba el camping. La participación de Carlos en ese estudio fue brillante y esforzada, responsabilizándose de diversos aspectos, especialmente del cálculo de los sedimentos que habían sido atrapados en casi 40 presas de retención de sedimento y que, al colapsar por el impulso de la avenida, fueron desplazados abruptamente hacia el cono del barranco. No quiero dejar a un lado la experiencia metodológica de Susan White, quien por entonces trabajaba en el IPE, y el apoyo imprescindible de Blas Valero, María Paz Errea y Amelia Gómez Villar.

Para valorar el trabajo de Carlos y lo que representó para mi propio desarrollo intelectual y profesional, debo decir que tenemos 71 publicaciones en común, de las cuales 5 son libros, 26 artículos en revistas SCI, 25 capítulos de libros, varios de ellos internacionales, 3 artículos en revistas internacionales no incluidas en SCI, 10 artículos en revistas españolas y 2 artículos en congresos españoles. Un buen balance que hace justicia al tiempo que empleamos juntos en el campo, a los esfuerzos realizados, la sed y el cansancio, las subidas sin respiro que Carlos soportaba sin queja, y una nueva subida si intuíamos que allá arriba, algo más lejos había algo interesante que podía explicarnos la totalidad imposible de lo que andábamos buscando. A esas 71 publicaciones conjuntas se unen las que publicó en sus inicios, casi siempre como autor solitario, y las que más adelante preparó con otros profesionales españoles, como Juan Ramón Vidal Romaní y viejos colegas y amigos de la Universidad de Barcelona como David Serrat y Juan Manuel Vilaplana. No quiero dejar de citar su participación en artículos coordinados por Estela Nadal Romero en el contexto de su Tesis Doctoral sobre badlands, en particular los patrones espaciales y temporales de los procesos de meteorización de las margas, su respuesta hidrológica o el transporte de sedimento en suspensión. Es evidente que allí donde había un problema geomorfológico en el Pirineo, allí estaba Carlos con sus ideas, sus mediciones de campo, la serenidad de sus discusiones o la ayuda desinteresada a la gente joven allí donde fuera necesario, una gente joven con la que se encontraba especialmente a gusto, no sólo científicamente, sino contando su vida a trozos mediante anécdotas que movían a la sonrisa y sobre todo a la complicidad. Yo, que siempre he creído que el buen humor y las risas hacen equipo, integran voluntades y conducen a objetivos comunes de manera mucho más sencilla, encontré involuntariamente en Carlos Martí a la persona ideal para crear un ambiente favorable, para aglutinar esfuerzos y para hacer más sencillas las salidas al campo.

Muchas cosas pueden contarse de Carlos Martí. Una de las más importantes es su altruismo, es decir, su capacidad para hacer cosas sin exigir nada a cambio, solo porque se sentía a gusto con el grupo de trabajo. Quienes le hemos tratado tenemos muchas pruebas de su generosidad por lo fácil que era para él sentirse cómodo entre quienes le aceptábamos tal como era. En los congresos internacionales fue pieza clave para todos nosotros, no solo por el buen ambiente que generaba, sino también por su fácil y animada conversación sobre temas diversos con muchos de los participantes extranjeros. En todas las situaciones mantenía una excelente relación con todo el mundo.

Hace tiempo que pienso que Carlos Martí parecía sacado de una novela de Joseph Conrad. No creo estar desencaminado. Para él, Conrad era el más admirado de los escritores. No hay que olvidar que Joseph Conrad era marino, como fueron casi todos sus personajes y como también lo fue “a tiempo parcial” Carlos Martí. Compartió un barco con varios amigos y navegó en varios veranos alrededor de la costa española, disfrutando del mar y de la libertad, de la ausencia de barreras, de las llegadas a puerto, las compras, alguna buena comida, un paseo y el regreso al mar a cubrir otra singladura. Llegó a sacarse el título de patrón de barco que esgrimía orgulloso y de vez en cuando nos mostraba la gorra apropiada a su vocación marina para dejar claro que no solo era un apasionado montañero, sino que también formaba parte de las generaciones de marinos mediterráneos que disfrutaban con el olor a sal y el cambiante color del mar. Había leído a Conrad, es más, a finales de los ochenta fue él quien me transmitió la pasión por Conrad, uno de los más grandes novelistas que ha dado la literatura universal. Por eso, como he dicho, Carlos llegaba a parecer un personaje de novela, un aventurero necesitado de reconocimiento que fue construyendo su propia leyenda, seguramente como el Nostromo de la que es la mejor novela de Conrad. La mayor parte de los protagonistas de Conrad muestran un feroz individualismo, la necesidad de alejarse de normas impuestas, de vivir libres como un libertario algo conservador. Eso sí, personajes fieles a sus amigos y a sus compromisos, sintiéndose necesarios allí donde hubiera una causa noble. Carlos se sentía como ese aventurero que con frecuencia traspasa los límites, porque camina en ambientes fronterizos, que podía tener un choque violento con un argelino que le asaltaba de madrugada en el casco viejo de Zaragoza y al que hacía huir (y luego nos lo contaba todo orgulloso); que visita bares de dudosa reputación para reconocerse entre sus clientes; que tiene encontronazos no buscados en Las Ramblas de Barcelona con algún personaje atrabiliario; que visita entre miradas furtivas el Barrio Chino para comprobar si algo ha cambiado; o para sentir que es un marino recientemente desembarcado en el puerto y que va en busca de alguna aventura. Así era Carlos, un poco Peter Pan, con su proverbial desaliño indumentario, su desorganización a la hora de alimentarse o el desorden general de su despacho, un personaje irrepetible que necesitaba vivir libre, lejos de normas, rozando límites que le atraían y a la vez temía, buscando la felicidad imposible en las miradas y las palabras de otras personas, tratando de compartir momentos con mujeres a las que atraía con su carácter bondadoso, serenidad y buena conversación. ¿Qué más podíamos pedir quienes le conocimos? Fue un privilegio para todo nuestro Departamento (y me atrevo a decir que para todo el IPE) compartir con él tantos años, a pesar de que sabíamos que por su gran inteligencia podía dar mucho más de lo que dio, pero en ese caso ya no hubiera sido Carlos Martí. Estoy seguro de que Carlos se sintió muy a gusto con nosotros y por eso fue más generoso con el grupo que con él mismo.

Carlos Martí dejó de salir al campo desde julio de 2009. Su última excursión fue una ascensión al Pico Nevera, en el macizo de Collarada, adonde subimos encaminados por Nacho López Moreno y acompañados entre otros por Santiago Beguería y Luis Carlos Alatorre. Fue un día maravilloso que Carlos ya no pudo disfrutar plenamente. No llegó a hacer cumbre y en el descenso se lesionó de forma irreversible una rodilla (llevaba en su mochila un peso innecesario que no se molestó previamente en aligerar). Ya no volvió a ser el Carlos que conocíamos, lejos de los buenos momentos en la alta montaña o en las cuencas experimentales, sin poder contar sus anécdotas de siempre a los nuevos becarios y postdocs. Se jubiló a final de mayo de 2013, entre una mezcla de tristeza y moderada alegría, sabiendo que había sido valorado y querido. Con su fallecimiento el 25 de noviembre de 2020 hemos perdido a un excelente amigo, el personaje necesario en todos los grupos, que se movía como nadie entre los paisajes de montaña, el que llegaba hasta la extenuación con tal de alcanzar un objetivo, el que se sentía libre entre fuertes pendientes y relieves que nos hacían grandes. Carlos, el de las anécdotas, el hipocondríaco que se saltaba todas las normas en alimentación, el de las aventuras que nos volvían a todos un poco niños cuando le escuchábamos, el buen compañero que no podremos ni querremos olvidar, el marino que todos quisiéramos ser.

Zaragoza, 27 de diciembre de 2020.