Reseña bibliográfica

 

MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, LUIS CARLOS (2016). Los paisajes de la alta montaña central de Asturias. Ediciones Universidad de Valladolid, 311 pp., Valladolid

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El objeto de análisis de este libro son los paisajes que caracterizan los territorios de la divisoria cantábrica en la montaña astur-leonesa, en su parte central y en su vertiente septentrional o asturiana propiamente dicha, en torno a las cabeceras del río Caudal.

El autor define una alta montaña cultural tanto o más que física, en el sentido de que lo que se engloba bajo este concepto, y se analiza, no es la alta montaña geomorfológica o biogeográfica –que también, puesto que es la base o sustrato territorial–, sino la alta montaña de brañas, puertos, pastos y cabañas, la alta montaña supraforestal antropogénica.

En efecto, la acción de los seres humanos, organizados en comunidades aldeanas, ha creado a lo largo de los siglos unos paisajes que en la parte más elevada de las montañas cantábricas han extendido el espacio desarbolado, beneficiando al pastizal alpinizado, a través de la integración de los aprovechamientos de estos ámbitos en una economía agropecuaria de subsistencia en la que los pastos de altura eran una pieza más de un complejo engranaje de usos y recursos escalonados desde las cumbres hasta los fondos de valle.

Desde las décadas del último tercio del siglo XX estos espacios están sometidos a profundos cambios en su función y en su apariencia; son, por tanto, unos paisajes en transformación. Pero en una transformación tan rápida y radical, que se puede calificar más bien de crisis, debida a un cambio de modelo. Ayudar a entender esa crisis, sus causas, sus consecuencias, las pérdidas que ha acarreado, las que puede aún provocar, pero también las oportunidades que genera y que se podrían aprovechar mejor, es el sentido último del libro escrito por Luis Carlos Martínez Fernández.

El punto de partida del análisis es, por tanto, la situación aún reconocible a mediados del siglo XX y cuantificable a través de documentos gráficos y estadísticas: la alta montaña de puertos ganaderos o brañas y mayaos; un espacio que en líneas generales se sitúa por encima de la cota aproximada de los 1.300 metros de altitud y que coincide con el dominio de la morfología glaciar de circos, aristas, artesas y morrenas heredadas de las glaciaciones pleistocenas; un espacio por tanto “abierto”, ensanchado por la acción glaciar, de amplias vegas cimeras de suaves perfiles, cubetas lacustres y arroyos meandriformes, que contrasta bruscamente con el escalón inmediatamente inferior: las laderas de pendientes abruptas, verdaderos abismos en algunos sectores, laceradas por estrechas gargantas y cañones. Un espacio, por otro lado, eminentemente desarbolado, dominio del pastizal y la pradera, pero en el que han sido el hacha, el fuego y el ramoneo del ganado lo que hizo descender la línea del bosque, creando una timberline artificial, antropogénica, situada también en ese entorno de los 1.300 metros de altitud, varios centenares de metros más abajo de lo que le correspondería naturalmente.

El aprovechamiento de unos pastos de altura siempre verdes, de extraordinaria calidad, se realizó tradicionalmente mediante su integración en un sistema que explotaba ese escalonamiento geomorfológico, biogeográfico y climático de la cabecera de las montañas asturianas centrales: los “aros” y rayas en los que los tradicionales concejos o aldeas ordenaron el territorio y sus recursos.

Si bien ya a principios del siglo XX había comenzado un proceso de extrañamiento en la gestión de los puertos de la mano de su inclusión en el Catálogo de Montes de Utilidad Pública, es con el desarrollo urbano-industrial asturiano, español y europeo de la segunda mitad del siglo, concentrado en espacios concretos que en Asturias coincidieron con las ciudades del triángulo Gijón-Avilés-Oviedo y las villas de los valles adyacentes, y con el efecto particular en el caso asturiano de la minería del carbón, con el que aquellas comunidades rurales se desarticularon por la vía de la emigración masiva y la oferta de puestos de trabajo en actividades industriales, mineras y de servicios. Los aprovechamientos agrícolas se redujeron a la horticultura de ocio, la ganadería pasó a ser una actividad marginal, y los ganaderos que subsistieron se adaptaron a las subvenciones y orientaciones de la política agrícola de la Unión Europea. El resultado, en la alta montaña tradicional que hemos descrito, fue una fuerte reducción de la presión ganadera, con las consecuencias del embastecimiento del pastizal, primero, y su sustitución después por el matorral y el bosque: un progresivo “asilvestramiento” del territorio y de sus paisajes.

Pero al mismo tiempo, en las décadas finales del siglo, la montaña central asturiana comenzó a integrarse en un modelo diferente, ordenado y gestionado desde los centros urbanos de poder y decisión: la alta montaña como espacio para el ocio, el tiempo libre y el disfrute del “medio ambiente”, y para la protección de la “naturaleza”.

Estos paisajes han pasado así, hoy día, a satisfacer una demanda básicamente urbana centrada en el ocio y los deportes (montañismo, senderismo, esquí, ciclismo o caza), al tiempo que mantienen un residuo de la actividad ganadera que los conformó, en situación económicamente cada vez más débil y dependiente. Puesto que la población que los gestionaba –la de las aldeas y concejos– ha prácticamente desaparecido, y puesto que los protagonistas de los nuevos aprovechamientos son en su inmensa mayoría urbanos, la nueva gestión y ordenamiento de los espacios de la alta montaña central asturiana, y de sus paisajes, está también dirigida y diseñada desde la ciudad. Desaparecidas –por consunción de sus protagonistas– las antiguas Ordenanzas Concejiles, son las Normas Urbanísticas, los Planes de Ordenación de los Recursos, los Espacios Naturales Protegidos o las Reservas de la Biosfera los nuevos marcos de interpretación del territorio y de la regulación de sus usos.

Pero hasta ahora estos nuevos instrumentos no han sabido entender que la médula de estos paisajes ha sido la actividad ganadera, y que sin ganadería el paisaje de la alta montaña central asturiana se transforma irrevocablemente, asilvestrándose por la pujanza de la vida salvaje vegetal y animal, y evolucionando en una dirección de destino desconocido, como está ocurriendo en la práctica totalidad de los territorios cantábricos en ambas vertientes de la Cordillera, humanizados –intensamente humanizados– desde hace varios miles de años, y de repente vaciados de pastores y de ganados en unas pocas décadas. De este desajuste, y del desenfoque con el que se está abordando su gestión, se han derivado conflictos en los usos, pérdidas de valores patrimoniales y deterioros ambientales, sociales y económicos que el libro de Luis Carlos Martínez Fernández muestra, explica y ayuda a entender de manera sentida, vibrante, y brillante.

Alipio García de Celis
Depto. de Geografía
Universidad de Valladolid