LUIS ORTIGOSA, EN EL RECUERDO (1959-2014)

Teodoro Lasanta

Instituto Pirenaico de Ecología

 


Luis Ortigosa falleció la madrugada del día 6 de julio de 2014, a la edad de 54 años. Era Doctor en Geografía y Profesor Titular de la Universidad de La Rioja desde 1996. Antes había sido becario de investigación del Instituto de Estudios Riojanos, Profesor Ayudante y Profesor Asociado de Geografía en la Universidad de La Rioja, cargos que compaginó, entre 1987 y 1994, con su trabajo en el Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC). En éste colaboró en el análisis geomorfológico y de la red de drenaje de áreas reforestadas en el Pirineo Aragonés y fue Responsable Técnico de la puesta en marcha de un Sistema de Información sobre Recursos Medioambientales en Aragón. Después siguió colaborando en diversos proyectos del IPE-CSIC, donde ha dejado un grato recuerdo.

Luis inició su labor de investigación estudiando “La geomorfología glaciar de la Sierra de Cebollera” de la mano amiga de José M. García Ruiz. Presentó su Tesis Doctoral en la Universidad de Zaragoza en 1990 sobre “Las repoblaciones forestales en La Rioja: Resultados y consecuencias ambientales”, dirigida por José M. García Ruiz. Tras un trabajo intenso de campo comprobó el importante papel que juega la técnica de reforestación en el crecimiento de los pinos y en la conservación del suelo. Recuerdo que en aquellos años estuvo especialmente satisfecho del programa informático que desarrolló para cuantificar la evolución topográfica y las tasas de erosión en laderas reforestadas. La dinámica geomorfológica de bancales abandonados, las relaciones entre gestión y cambios de uso del suelo, el paisaje y erosión en viñedos fueron algunos de los temas que más le ocuparon en los últimos años.

Luis era un hombre de equipo. Leía mucho y leía una literatura poco frecuentada por la mayoría de nosotros. Quizás por ello, aportaba ideas ilógicas e inconexas, pocas veces, y en la mayoría de las ocasiones ideas novedosas y rompedoras, que nos acercaban –sin saberlo– al futuro. La mayor parte de su esfuerzo investigador lo dedicó a desarrollar programas estadísticos e implementar las nuevas Tecnologías de la Información Geográfica en los estudios medioambientales y de gestión del territorio. Su primer ordenador se lo compró en 1982, cuando no se comercializaban programas informáticos y había que pasar cientos de horas programando para obtener una simple correlación múltiple. En su casa y en su despacho siempre había 3 o 4 ordenadores en marcha. Tenía claro que un científico no es un técnico. Solía decir “existen programas comerciales para casi todo, pero correrlos no es mi labor; lo importante es encontrar el modo de aplicar la estadística para obtener resultados sencillos, sin torturar datos”. Prefirió el lenguaje cartográfico y gráfico al escrito; casi tenía obsesión por reflejar los resultados en mapas, figuras y croquis. Sus ideas las explicaba con bocetos de dibujos de líneas rectilíneas y ausencia de formas curvilíneas a semejanza de los paisajes intensamente humanizados.

Luis fue un universitario comprometido, un buen docente, que se volcó en sus alumnos y en sus clases. Con voz firme, afirmaciones rotundas y frases ocurrentes mantenía la atención y les invitaba a participar. Su máxima era que el alumno que acudía a su despacho debía salir con más ilusión por la Geografía de la que tenía al entrar. Mantuvo la misma actitud como alumno que como profesor. Como alumno preguntaba insistentemente. No pocas veces le propiné un codazo en el costado, mientras le decía ¡joder, Luis, no interrumpas tanto! Y siempre contestaba: “al profesor hay que ayudarle, hay que darle la oportunidad de que se olvide del guión y se explaye”. De él aprendí, años más tarde, que en las clases hay que abrir paréntesis y meter la información de forma subliminal, mientras aparentemente sólo se cuenta una anécdota o se realiza un comentario poco importante. Solía decir “el alumno se queda, especialmente, con esa información y es lo que más le motiva a seguir profundizando”. En un mundo en el que cada día se descubre algo, Luis enseñó para hoy, sólo para hoy; consideró que los conocimientos no se deben repetir eternamente, sólo porque cada año llegan nuevos alumnos. Se le podrá discutir la total perfección. Pero era él, auténtico, original. Mucho más que continuación o copia.

No había reunión de trabajo o de ocio en la que pasase desapercibido. No recuerdo haberle oído contar un chiste, pero sus frases ocurrentes, su rapidez mental para darle la vuelta a una frase o a una situación, su carácter aparentemente extrovertido, sus genialidades, su sonrisa abierta y su cámara de fotos le hacían pronto uno de los protagonistas de la reunión. A nadie dejaba indiferente. La mayoría de los que le conocieron lo recordarán como un animador, como una persona sencilla y de trato fácil, divertido e ingenioso, buen dialogador y buen comedor. Y todo eso fue Luis. Solía decir “en cada grupo cada uno representa un papel y a mí –sin saber por qué– me ha tocado éste”. Pero cuando el telón caía, era serio, agudo, introvertido, penetrante y reflexivo a un tiempo. Una persona inquieta y nerviosa, de nervios escondidos en algún rincón recóndito de su enorme humanidad. Algunas veces necesitaba estar sólo, aislarse de la vida, buscarse a sí mismo. Por momentos llegaba a dar la impresión de que mantenía una riña de enamorados con el mundo. Cuando regresaba, lo hacía en silencio, sin reproches. Nunca le oí un comentario despectivo hacia nadie, una descalificación, ni mostrar envidia por los próximos. Tenía un gran corazón, bajo una camisa casi siempre desabotonada, que sabía abrir a los demás y derramarlo. Comprendía las debilidades humanas y era benévolo con los errores.

Conocí a Luis en el primer curso de Geografía e Historia en el Colegio Universitario de La Rioja, embrión de la Universidad en la que ha llevado a cabo la mayor parte de su vida profesional. Crecimos en un piso, compartido con otros tres buenos amigos, mientras hicimos la especialidad de Geografía en la Universidad de Zaragoza. Juntos terminamos nuestras Tesis Doctorales; el me solucionaba los problemas estadísticos (fue capaz en 1988, con un ordenador de sobremesa, de extraer el jugo a más de 128.000 datos), mientras en el campo trazábamos perfiles y mediamos pinos. Hemos compartido trabajo, ilusiones y frustraciones. Díez días antes de fallecer pasamos la última mañana juntos. En su despacho me habló de Carl O. Sauer; me comentó las dos cuestiones que echaba en falta en un libro que hojeamos; hablamos de iniciar un estudio sobre la desfragmentación y el cambio de formas en el paisaje del viñedo de La Rioja Alta; me estuvo convenciendo de las bondades de la tecnología LIDAR, una de sus obsesiones metodológicas recientes, para estudiar la sucesión vegetal en campos abandonados; con un gráfico me quiso mostrar la forma en la que los desprendimientos del murete de un bancal pueden condicionar el proceso de sucesión vegetal. Quedamos para comprobar su hipótesis en el campo durante las vacaciones de verano. Ese día no hablamos de nuestros padres e hijos, que era uno de los temas recurrentes en los últimos años. Nos despedimos y, como siempre, dejamos varias tareas por realizar y mil y una conversaciones pendientes. Han pasado casi cuarenta años y, apenas, parece un suspiro.

Luis M. Ortigosa, la mano tendida, el corazón abierto, el guiño a la vida, la fuerza de la Naturaleza, un huracán, el corazón generoso, el amigo leal, se fue una madrugada de domingo, en el silencio de la noche. Se fue de repente, su corazón no quiso seguir trabajando, disfrutando mientras organizaba unas fotografías y contemplaba un mapa de la Sierra de Cebollera. Después me he aislado en el huerto para escribir estas líneas dirigidas, sobre todo, a Estela, Juan y Marcos, pero también a los muchos amigos que ha dejado. La vida es cuestión de personas, de territorios y lugares, puede que algo más para los geógrafos. Sin ti ya no será lo mismo. He logrado terminar, apretando los dientes para que no me salgan las lágrimas, y al final he comprobado que hoy, a diferencia de los días pasados, no me molesta el ruido de la hierba al crecer. Espéranos con los brazos abiertos ¡Cómo siempre!

Teodoro Lasanta
Instituto Pirenaico de Ecología
12 de julio de 2014